sábado, 26 de julio de 2008

Nueva Piel


Un amigo me dijo una vez que observando el comportamiento de los animales se aprenden grandes lecciones de vida.
 
Tomad, por ejemplo, la serpiente. Nos enseña que no es posible crecer sin desprenderse del pasado. A medida que aumenta su tamaño el reptil se siente constreñido en su propia piel, por lo que al menos una vez al año - algunas especies, hasta ocho veces - procede a su muda integral. No hay piel ni vida nueva sin antes decirle adiós al hábito viejo.
 
¿Cuántas veces hacemos nosotros nuestra muda? Son tantas las cosas que acumulamos con el tiempo, tantos los objetos que conservamos en nuestros armarios y desvanes por un por de pronto y por si acaso... Para cuando adelgace, para cuando vuelva a ponerse de moda, para cuando pueda hacernos falta un adaptador de enchufe neozelandés o un alargador de quince metros (nunca se sabe), para cuando me jubile y por fin tenga tiempo de aprender a tocar la guitarra, para cuando mi tataranieto quiera saber cómo eran las pesetas de entonces... Oye tú, ¿y acaso no teníamos un destornillador cruciforme? ¿Pero dónde diablos lo habrás metido?
 
Hace un par de semanas me tocó hacer repaso y criba. No fue cosa fácil, porque se trataba de triar y retriar entre lo triado y retriado. Cajas enteras se fueron a manos de la caridad, llenas de libros (todas mis guías de viaje, mis diccionarios y hasta mis novelas favoritas), música, ropa (algunas prendas sin estrenar: víctima de la fiebre consumista, ¿yooo?), peluches, decoraciones y regalos malavenidos.
 
Se han salvado cuatro cajas, que ya es mucho. El atlas enciclopédico por el que mi índice circunvaló el mundo cien veces, mis tesoros camboyanos y mi chuyo peruano, mi colección de cómics, mis cds y dvds, mi vida en fotos (quince kilos de papel, es lo que tiene pertenecer a la era predigital), un libro de recetas, relatos que son ladridos de un perro irlandés y dos declaraciones de amor.
 
Pero lo más difícil no es desprenderse de los recuerdos físicos del pasado, sino dejar atrás los sueños intangibles de un futuro abortado. Decirle adiós a las personas que más quieres, porque por mucho que uno desee tenerlo todo en esta vida, no hay viaje posible sin despedida.
 

Mi última tarde de sábado junto a Junior, separados por el meridiano Greenwich:
al oeste un pasado y al este, un futuro.

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