La rutina de Juan Pablo está hecha de éxitos y de muchas sorpresas para las que yo nunca estoy preparada. Como ayer, por ejemplo, cuando tras despertarme de una increíble siesta en la sala de espera del aeropuerto de El Dorado, Juan Pablo me presentó nada menos que a César Gaviria, predecesor de Uribe en la Presidencia de la República de Colombia. Y yo, con pelos de recién amanecida e hilo de babilla colgante...
Y hoy, siguiendo con la racha VIP, hemos sido invitados a una boda de alto copete y sentados a la mesa del Senador.
Lo mejor de la boda: el banquete al aire libre, al pie de las históricas murallas de Cartagena y respirando la brisa nocturna del mar Caribe.
Lo peor de la boda: el banquete minimalista, perdón, "dietético" quería decir. Entre las entradas y el postre, unas sanas bocanadas de brisa nocturna. Todo muy rico y aún más ligero.
Lo más triste de la boda: el sermón del cura, bastante bruto el pobre. Cuando empezó a decirle al novio que sobre él recaía la responsabilidad de la educación católica del núcleo familiar que iba a formar, apostillando encima que a su mujer le correspondía el rol de "colaboradora", casi se me escapa una sonora carcajada. El resto del sermón tampoco tuvo desperdicio y apuesto a que sirvió para romper hielo en más de una mesa del convite.
Lo más divertido de la boda: el cartelito que designaba mi posición en la mesa y en la sociedad, como "Señora de Salazar". No fue el único falso rumor que corrió sobre mi persona, pues Juan Pablo y su padre Augusto fueron difundiendo informaciones discordantes sobre mi identidad. Uno fue diciendo que yo era psicóloga y el otro, que una gran periodista española, con tal desatino que la mitad de los comensales de mi mesa se creían una versión y el resto, la otra. Por supuesto, como en todas las buenas novelas bizantinas, al final de la noche se desató la controversia...
Y para terminar, lo que más me gustó, que ya es mucho decir tratándose de una boda: lo guapos que estaban todos y, con diferencia, Juan Pablo. Estoy segura de que Juni hubiese envidiado la informal elegancia de los colombianos, que no requieren ni de chaqueta ni de corbata para acudir a una boda de alta alcurnia, sino que visten sencilla y cómodamente con sus guayaberas (camisas blancas de lino, típicas de los trópicos) por encima del pantalón blanco o negro.
Como ya sabéis, a mí me pirran las bodas y, como muestra de mi entusiasmo, de ésta no hice ninguna foto...
Miento, en realidad tomé una sola:
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1 comentario:
La pena es que no hay fotos de la guapísima "Señora de Juni" digooo "...de Salazar"
Besos
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