Hace ya más de un mes os contaba los sinsabores del ser colombiano a la hora de lidiar con la administración estadounidense para la concesión de un visado, ya sea de trabajo, turismo o puro tránsito. Una vez más, hoy se ha repetido la ultrajante historia.
Recién salida de la peluquería y bien planchadita de uniforme, Francy se presentó esta mañana a la embajada de los Estados Unidos, con sus fotografías, formularios, documentación original, cartas, diplomas, justificantes, recomendaciones, estractos de cuenta y otras veintiuna mil vainas. Hacía más de un mes que le habían concertado la cita, por el módico precio de 250.000 pesos, sin mencionar los 70.000 que había pagado por las dos llamadas previas. Llegó puntual y pacientemente hizo cola para que, cuando por fin le llegó el turno, un afro americano la escrutara de pies a cabeza antes de destrozarle las ilusiones.
El hecho de que ella fuese a Estados Unidos como cuidadora y acompañante de una persona discapacitada no le generó molestias al funcionario. A la administración norteamericana, se la suda el que un parapléjico tenga que viajar acompañado, especialmente en vuelos de larga duración, porque necesite que le pasen una sonda siete veces al día. Le importa un bledo que no pueda estar solo ni en las horas del sueño, porque le haga falta alguien para voltearlo en la cama. Ni qué importancia tiene que necesite ayuda para levantarse, asearse, vestirse y otras tantas actividades cotidianas que, por su naturaleza tan íntima, precisen de un tacto más amigo que profesional.
Para la administración del tejano, la solución todopoderosa pasa por contratar a una enfermera gringa que cumpla con la faena. Como si la confianza y la compenetración pudiesen conseguirse a través de una agencia de trabajo temporal. Como si fuese fácil conseguirse a esa enfermera desde Colombia, para encima llevársela a la China. Como si la gringa fuese a cobrar los mismos honorarios que la colombiana. Claro que todo eso son menudencias, detallitos de poca monta, que a la administración norteamericana, obviamente, le importan una mierda.
Me pregunto qué harán con todo ese dinero que tan despiadadamente roban a esos miles de sudacas que, todos los días, hacen cola para oirse decir que no son lo suficientemente ricos, rubios o respetables para merecerse siquiera el derecho de paso sobre su sagrado suelo gringo.
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¡Pues que se coman su maldito sueño americano con una "supersize" de patatas fritas! Hoy me siento tan indignada que hasta estoy pensando en boicotearles su puta cola...
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