martes, 25 de octubre de 2011

De "Pink Zebra" y del mal que por bien venga...

Hoy toca hacer otro anuncio publicitario. No sé si recordaréis a mi amiga Nora Hartenstein, mi media naranja alemana. Para los que no, os ayudaré a hacer memoria: Nora y yo vivimos juntas un año largo de alegrías y frustraciones en la organización Braille Without Borders, como codirectoras académicas del IISE en su etapa inaugural. Con tanta curva y tantos altibajos, aquello fue como compartir asiento en una montaña rusa.

Tras apearnos de aquel tren enloquecido, ambas nos fuimos a descansar a nuestras respectivas casas. En febrero del 2010, yo regresaba a la India para reunirme con Amjad y probar suerte en la labor docente. Un poco antes, Nora también emprendía un viaje: el suyo la llevaría por Sri Lanka, India, Qatar, Tailandia, Bali y de vuelta a Alemania. Todo esto a lo largo de casi dos años, con muchas idas, muchas vueltas y varias estancias prolongadas en Sri Lanka.

Una de las diferencias entre Nora y yo es que cuando yo voy a Sri Lanka, me conformo con seguir un itinerario más o menos predefinido, probar nuevos sabores, sacar unas cuantas fotos, apuntarme los nombres de los sitios que más me gustan, que es la única manera de que no se me olviden de vuelta a la rutina, y tal vez, digo bien tal vez, publicar algunas recomendaciones en este blog un año más tarde (que es lo que tengo pensado hacer antes de que acabe la semana, incluso tal vez mañana mismo, aunque vuelvo a bien decir que esto es tan solo un tal vez). En cambio, cuando Nora va a Sri Lanka, ella se enamora de la isla y de sus habitantes, hace amigos que luego serán socios, se plantea crear un proyecto de ayuda al desarrollo de una pequeña comunidad pesquera, realiza un estudio de campo, se lo piensa mejor, descubre una cebra rosa y, un año más tarde, ¡se monta una empresa como diseñadora de viajes personalizados por Sri Lanka!

Y ahí va mi gran anuncio: hoy se ha hecho pública la página web de “Pink Zebra”, que podéis encontrar en www.pinkzebra.asia

Así que si os apetece pasar estas navidades en un paraíso tropical, os recomiendo que visitéis esta página ya mismo, y que os animéis a contactar con Nora. No podréis caer en mejores manos.


Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché o, mejor dicho, que leí el nombre de la cebra rosa: fue el 8 de diciembre del 2010. Recuerdo el momento con precisión de relojería suiza, no solo por la curiosidad que me despertó el leer “Pink Zebra” en el asunto (Pink Zebra? WTF is a Pink Zebra?), sino porque ese correo de Nora me llegó en un momento de intensísimo estrés: estaba yo acuclillada junto a una de esas anchas y antiestéticas columnas azulejadas del aeropuerto de Chennai, para poder conectarme a la WIFI al tiempo que recargar la batería de mi portátil, haciendo uso temerario de un enchufe chispeante, que medio colgaba de la mencionada columna. Y no es que no sepa pasarme de Internet, sino que estaba en medio de un ataque de histeria por temerme lo peor: que no me iban a dejar subir a bordo del avión que tenía que llevarnos a Amjad y a mí, precisamente, ¡a Sri Lanka! Así que aprovecho la feliz coincidencia de destinos para rescatar una de esas anécdotas que, como dije hace tres días, se me quedaron en el tintero.

Era la primera vez que Amjad y yo nos íbamos juntos de viaje, la primera vez que subíamos juntos a un avión, la primera vez que salíamos juntos de la India (pequeño detalle cuya importancia se me había pasado por alto hasta que llegamos al aeropuerto). Habíamos hablado de visitar Sri Lanka desde hacía tiempo, más de una vez habíamos trasnochado haciendo proyectos, trazando itinerarios, leyendo de cabo a rabo el blog de viajes de Nora y navegando de una página a otra en busca de informaciones útiles. Habíamos contado nuestro dinero hasta la última rupia de la hucha y debatido los pros y los contras de gastarnos todo nuestro patrimonio en un viaje. Por fin nos decidimos al encontrar una de esas ofertas que no se pueden rechazar: por menos de 140 euros, compramos dos vuelos de ida y vuelta a Colombo desde el aeropuerto de Chennai, un “chollazo” milagroso. La víspera del viaje, lo tenía todo controlado: incluso pegué un “post-it” en la puerta de la entrada, para estar bien segura de que a última hora no se me iba a olvidar absolutamente nada. Listados estaban los cepillos de dientes, la cámara, el cargador de pilas, el cargador del portátil y, por supuesto, los pasaportes. Lo tenía todo listo: hasta empaqué unos turrones para celebrar la Noche Buena como Dios manda. Durante el viaje en tren que nos llevaba de Bangalore a Chennai, me iba congratulando por lo sorprendentemente bien que nos estaba saliendo todo. Para colmo de la dicha, en Sri Lanka nos íbamos a reunir con mi amiga Hélène. Vamos, creo que ya os podéis imaginar la emoción y bonanza del momento.

Bueno, pues todo ese gozo se fue a un pozo nada más adentrarnos en el aeropuerto de Chennai. De golpe y porrazo, me percaté de mi olvido: de mi fallo garrafal que iba a arruinarnos las vacaciones incluso antes de haberlas iniciado. Ni se me había pasado por la cabeza que este iba a ser un vuelo internacional y que la legislación india me obligaba a presentar mi hoja de registro ante las autoridades de inmigración al dejar el país, aunque solo fuera por unas breves vacaciones. La hojita se había quedado debidamente resguardada del polvo y de las humedades en un porta-documentos plastificado, guardado en el armario de casa, en Bangalore. Horror. Incredulidad. Desesperación. Impotencia.

Nos sentamos y saqué mi portátil de la mochila: gracias a Dios, el aeropuerto tenía red gratuita de Internet, así que me puse a buscar artículos sobre las regulaciones de inmigración, por si acaso hubiese habido algún cambio favorable. Lo que leí me hundió todavía más en la miseria: di con un blog de un viajero al que le había pasado exactamente lo mismo y al que le tocó quedarse en tierra. Advertía el tipo que todos los días se veían en el aeropuerto de Chennai casos como el nuestro: desconcertados turistas que, o bien suplicando con lagrimones, o bien gritando con aspavientos, solicitaban en vano que se les permitiera tomar su avión. Las autoridades indias son totalmente inflexibles en este punto: sin la hoja de registro del FRRO, nadie se va a ninguna parte. 

Aún nos quedaban por delante unas cuatro o cinco horas de angustiosa espera antes de que un oficial de inmigración me fuese a mandar de patitas a Bangalore, que yo no podía pasar sentada y sumida a mi suerte. Así que me fui en busca de ayuda. Conseguí hablar con el jefe de la policía de inmigración, al que expuse mi caso con voz trémula y entrecortada, porque con tanta ansiedad parecía que estaba sufriendo de un avanzado estado de Parkinson. El policía se puso a ojear mi pasaporte, mientras me escuchaba con una mansedumbre y compasión muy poco características de los hombres de su función y rango. Al rato descubrí que esto debía de ser por el buen humor que le causaba el saberse ya de camino para casa: “Verá señorita, yo haría una excepción, pero es que acabo de terminar mi turno: tendrá usted que hablar con mi compañero”. Ahí fue cuando mi Parkinson se exacerbó, pasando a convertirse en lo más parecido a un ataque del síndrome de Tourette, y le supliqué que no se fuera sin antes hablar a mi favor con su colega. Así lo hizo y pude observar, desde una posición alejada y detrás de una barrera, como los dos policías intercambiaban palabras y lanzaban miradas en mi dirección. Después de un par de minutos que se me hicieron eternos, volvió mi amigo y me dijo que ya podía ir a hablar con su compañero. 

El segundo policía, que al empezar su turno y encontrarse ya con problemas, obviamente no gozaba del mismo buen temple que el primero, me puso unas cuantas pegas: que si no tenía por lo menos una copia de la hoja de registro (aquí necesito precisar que las copias normalmente no se admiten y que solo vale la hoja original) y que si podía alguien en Bangalore acceder a mi apartamento, encontrar la hoja y mandársela por fax. Ante mis dos negativas, resopló el hombre con cara de pocos amigos. Fue entonces cuando se me ocurrió la mejor forma de convencerle: no, no le ofrecí un soborno, sino la prueba irrefutable de que estaba debidamente y legalmente registrada ante las autoridades de su país. En una de las páginas de mi pasaporte, hay un sello del FRRO con una nota explicando que he pagado una multa de 30 dólares por cumplir con mi obligación de registro fuera de plazo. Nunca pensé que mi falta de cabeza pudiese serme beneficiosa algún día, pero por lo visto se cumple el dicho: ¡no hay mal que por bien no venga!


Mucha verdad encierra la sabiduría popular. El mismo proverbio puede aplicarse a “Pink Zebra”, cuyo nacimiento también está conectado con ese muro de lamentaciones que es la legislación inmigratoria de la India. Resulta que su viaje a Sri Lanka, le surgió a Nora de rebote y chiripa. Ella tenía que volar a la India, cuando se enteró, gracias a esta servidora, de que un cambio legislativo le impediría entrar en el país hasta que se cumplieran dos meses completos desde su última salida. Así que a última hora, tuvo que cambiar sus planes y sacarse un billete para Sri Lanka. Y tanto le gustó, ¡que por poco ni vuelve a la India!

Moraleja: cuando algo se os tuerza, no desesperéis y pensad positivo. Igual es que tenéis a una cebra rosa aguardándoos por el camino.

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