domingo, 25 de marzo de 2012

Él y ella en Bangalore

A veces, es necesario que uno recorra más de ocho mil kilómetros para que una visite aquello que le queda relativamente al lado de casa. De no ser por la visita de José (mi "Juni" y compañero de aventuras en "elyellaonthetrail"), es altamente improbable (por no decir del todo imposible) que me vieran el pelo en el templo Shiv Mandir de Bangalore. Por lo menos, no este lunes. Ni el que viene.

Havan pooja en el templo Shiv Mandir

Antes de comentar mis impresiones sobre el templo, quiero hacer públicas mis más sentidas disculpas por adelantado. Es posible que lo que escriba a continuación hiera ciertas sensibilidades, aunque no exista mala intención por mi parte. Habiéndome criado en una sociedad de raíces judeo-cristiano-musulmanas, los iconos y rituales de la religión hindú son algo a lo que no alcanzo. Acostumbrada a los pináculos que se elevan sobre cúpulas y bóvedas celestiales, a las vidrieras de colores y a los tragaluces en los que baila el polvo, a la luz ténue y trémula de los cirios, que invitan al recogimiento y al silencio apenas perturbado por las letanías de un rosario, la atmósfera ferial de los templos hindúes no logra inspirar en mí ese sentimiento de solemnidad ante lo sacro.

En concreto, el templo de Shiv Mandir se puede describir, objetivamente y sin ánimo de ofender, como "grotesco" (entiéndase "relativo a grutas artificiales" a la par que "extravagante"). En palabras del Juni: "esto, más que templo, ¡parece un parque temático!". 

De camino al templo, Ana, Anaí y su madre, Isabel

Al templo, que se encuentra en el número 97 del Old Airport Road, llegamos en "rickshaw" desde el centro (MG Road) por 88 rupias. El "rick" nos dejó delante de un McDonald, a cuyo lado estaba señalizado el camino hacia el templo. Al final de una callejuela, nos encontramos en una zona de aparcamiento con entrada a una especie de "mercadillo-preámbulo": un largo pasillo flanqueado de puestitos con multitud de parafernalia religiosa y baratijas mundanas, que desembocaba en la taquilla del templo. 

Venta de souvenirs del templo

Y es que para entrar al templo, ya seas turista o feligrés, tienes que soltar pasta: 170 rupias (entrada normal), 100 rupias (entrada especial), 25 rupias por la cámara y 2 rupias para que te custodien los zapatos. Un buen negocio. Pero lo verdaderamente chocante no es el tener que pagar por entrar en un lugar de culto, sino el que nos cobraran directamente las 100 rupias sin tan siquiera darnos opción a la entrada más cara. Me pregunté si es que nos vieron muy pobres o si se trataba de una innovadora estrategia de márketing para crear buen rollito con el cliente. Luego me enteré de que los lunes hay descuento.

La entrada que promete el cumplimiento de tus sueños, ¡por 100 rupias!

La entrada te da acceso a un circuito con diez "atracciones".

Primera parada: las moneditas y los cuencos.
Te entregan un cuenco con candidad de moneditas simbólicas, para que se las ofrezcas al dios Shiva: debes depositar una monedita en cada uno de los cuencos que se suceden a lo largo de un recorrido zigzagueante, pronunciando ante cada cuenco uno de los nombres del dios Shiva, a cuyo lado nuestras letanías marianas se quedan cortas. Para que no te saltes ni uno, te dan una chuletilla y allá que te vas, fingiendo devociones, para los cuencos: "Om Sivaya Namah", "Om Mahe-Shwaraya Namah", "Om Shambhave Namah"... Y así, hasta ciento ocho.

Om Namah Shivaya!

Segunda parada: los problemas y Lord Ganesha.
Te dan una cartulina alargada con una especie de pulserita de hilo naranja y te dicen que la ates donde puedas (en la barandilla de las escaleras o en las ramas de un árbol), a los pies de Lord Ganesha (hijo de Lord Shiva y de su bellísima esposa, Parvati). Mientras procedes a atar tu cuerda, debes concentrarte en algún problema acuciante que tengas en ese momento, para luego olvidarte de él por completo. Lo suyo es dejar atrás tus preocupaciones, al buen recaudo del dios elefante, y tirar "palante".

¡Adiós problemas!

Tercera parada: la gruta de los lingas.
Penetras una especie de gruta artificial, hecha de cartón piedra, completamente a oscuras. Aquí fue donde perdí mi compostura, al no poder reprimir este comentario irreverente: "Hey, ¡estamos en el templo maldito de Indiana Jones!". Un puente colgante da paso a una serie de estrechos túneles, en los que se abren hornacinas con lingas (representaciones fálicas del dios Shiva) en su interior. Los había de todos los tamaños y materiales, incluso uno de hielo, muy curioso. Es obligatorio pasar mano sobre los linga: eso sí, sin ponerle demasiado sentimiento al acto de toquetear (no vayamos a liarla, que a los que hemos leído el antiguo testamento, aún se nos pone la carne de gallina al recordar la que se montó por una vaca amarilla).

Linga helado

Cuarta parada: la leche o "pooja Abhishek".
Al salir de la gruta, nos encontramos con un linga negro de piedra, que parece cobrar vida al rociarlo con una jarrita de leche. Se trata de un ritual de purificación, que no de fertilidad, como había mal pensado yo.

Un linga con leche, por favor

Quinta parada: el pasadizo de las campanas.
Al siguiente túnel solo le falta el tren para completar su pinta de "casa fantasma" . Nos volvemos a encontrar con una serie de lingas, pero esta vez no podemos meterles mano, pues están protegidos por unas urnas de cristal. Arriba de cada vitrina hay una campana, por lo que deduzco que esta vez lo que toca es dar campanadas. Al final del recorrido, me llevo un susto de muerte cuando parece que se me echa encima una especie de maniquí con tridente. Me comenta Anaí que en una anterior visita este circuito daba aún más impresión, al moverse los muñecos mecánicos. Lo dicho: de feria.

Campana sobre campana

Sexta parada: la velita purgatoria, la moneda mágica y la piedra milagrosa.
Te dan una velita para la purgación de tus pecados, que te quema un poco los dedos por estar dentro de un vasito de plástico, y una moneda falsa (por 100 rupias, no se puede pedir oro). Con ellas te acercas a un estanque, delante del cuál se halla una losa plana de granito bien pulido, con un cartel que reza "piedra milagrosa". Intuyo que he de subirme a la piedra, formular un deseo y echar al agua mi moneda. Acto seguido, deposito mi vela sobre el agua, que en lugar de hundirse, se aleja flotando hasta formar piña con las llamitas de otros pecadores.

Moneda mágica

Séptima parada: el pie de Shiva.
Unas escaleras te permiten alcanzar el pie de un Shiva monumental (de veinte metros de altura, aproximadamente). Procede tocar el pie de Shiva en señal de sumisión y respeto, paso que yo decido saltarme por razones ya aludidas (me remito al Éxodo y a su becerro dorado) . 

El Shiva monumental

Octava parada: la purificación del fuego o "pooja Havan".
¿Cómo se les ocurre poner entre mis manos un pedazo de leña para que lo eche al fuego purificador? ¡Eso es pura provocación!  Que a una valenciana, en el mismísimo día de San José (y es que estábamos a lunes 19 de marzo, noche de "cremá"), la pongan delante de una estatua monumental de cartón piedra, con toda su pinta de "ninot" fallero, y encima le digan que le eche leña al fuego: ¡eso es invitar al desastre! Claro que bien pensado, siendo Shiva el dios de la destrucción, mis inclinaciones pirómanas igual no eran del todo improcedentes, ¿no? Aún así, supe reprimirme...

Echando leña al fuego

Novena parada: sentarse un rato en postura meditativa.
Y para reponerme de la frustración, me senté un rato junto a los devotos de Shiva. Desde la comodidad de mi asiento, me puse a sacar fotos de su melena, de la que brota el sagrado río Ganges (venerado como diosa "Ganga"). 

Lord Shiva y la diosa Ganga

En eso estaba, cuando vino un guardia a pedirnos que nos levantásemos, para proceder al penúltimo rito de la jornada: un canto colectivo, con movimientos rotatorios de lamparitas de aceite.

Oración

Décima y última parada: el universo o "pooja Navagraha".
Nos metemos en una construcción semiesférica de cartón piedra, representación de nuestro planeta y del cosmos, a cuya entrada nos entregan una lamparita de aceite encendida. En este ritual, se ha de circunvalar nueve veces (aunque a nosotros, por neófitos, nos dicen que con tres vueltas ya nos sobra), en el sentido de las agujas del reloj, un pilar sobre el que se asientan los dioses de los nueve planetas (Grahas). Efectivamente, ahí se notó mi poca fe, puesto que a mitad de mi segunda vuelta, ya se me había apagado la llamita.


 
Mujer de poca fe...

Y aunque sigo sin creer, he de reconocer que en ese especial día de San Shiva, sí se produjo un milagro en mi vida: ¿qué gran sorpresa me esperaba al regresar a casa? Mis maravillosos muebles "made in China", perfectamente montados y en su sitio: ¡48 horas después! Todo, absolutamente todo, es posible en la India.

P.D.: Nota de agradecimento a Junior por el material gráfico de esta entrada.

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