Con tanto soñar despierta y hablar de la India, casi se me olvida mi otro viaje, muchísimo más inminente y no menos emocionante. Dentro de cinco días (¿cómo que cinco? 31, 1, 2, 3... y 4, pues sí, cinco, ¡como los deditos de una mano!), aterrizo en Bogotá. Me veo comprobando tres o cuatro veces el sello nuevo del pasaporte, para convencerme de que, efectivamente, estoy en Colombia.
Esto para lo que debería estar ya más que mentalizada (Juan Pablo me habló de reunirme con él en Colombia a mediados de enero y tengo mi billete - "tiquete", como diría él - comprado desde el 5 de febrero), sin embargo me viene ahora casi como por sorpresa y a bote pronto. Me voy a Colombia. ¿Me voy a Colombia? Dios mío, ¡que me voy a Colombia!
Esto para lo que debería estar ya más que mentalizada (Juan Pablo me habló de reunirme con él en Colombia a mediados de enero y tengo mi billete - "tiquete", como diría él - comprado desde el 5 de febrero), sin embargo me viene ahora casi como por sorpresa y a bote pronto. Me voy a Colombia. ¿Me voy a Colombia? Dios mío, ¡que me voy a Colombia!
La verdad, he de confesar que no he hecho mis deberes para este viaje. Ni siquiera me he comprado la guía Lonely Planet. Mis únicos preparativos se han resumido en comprobar que no me hacía falta un visado para entrar en el país y en medio leer, cuestión de crear ambiente y emoción anticipatoria, "El amor en los tiempos del cólera" de Gabriel García Márquez.
Claro que otro gallo cantaría si no contase con Juan Pablo, que tiene ya programada mi agenda de visitas (Yopal, Casanare, Cali, Valle del Cauca, Cartagena, Bolivar y Bogotá) y bajo cuyo manto protector quedaré al abrigo de guerrilleros y narcotraficantes.
Hoy he recibido un email suyo anunciándome que no podrá venir a esperarme al aeropuerto, como él deseaba, "con mariachis, aguardiente y un letrero bien cutre", por haber sido invitado a realizar una ponencia en un foro internacional sobre responsabilidad social en Cartagena. Añade que me ha comprado ya el "tiquete" para que le alcance allí lo antes posible y le acompañe en lo que, dice él, puede ser su "histórico paso del anonimato al desprestigio".
Y así ha sido, al comprobar mi horario de llegada a Bogotá, como me he dado cuenta por un lado de su inminencia (¡dentro de cinco días!) y, por otro, de su desfase fatal. Aterrizo el 4 de abril, a las cuatro de la tarde, perdiéndome la ponencia de Juan Pablo, que tendrá lugar a la una del mismo día...
Nota para Juan Pablo: olvídate del pánico escénico y sé tú mismo, ¡vas a dejarles a todos impresionados! Estaré pensando en tí, concentradísima, para enviarte todo mi apoyo moral desde el cielo.
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