jueves, 13 de marzo de 2008

In Memoriam

La vida es un viaje de duración incierta y destino ineludible.

Todo llega y todo pasa. El primer llanto, los pasos titubeantes y las carreras de tacatá, las plastilinas y el arco iris de Carioca, el timbre del recreo, el primer amigo, la hora más esperada, el corazón de tiza, la margarita deshojada, la risa tonta, el primer beso en la penumbra del portal, el verano más largo, la soledad y el reencuentro, el juramento eterno, la despedida, la esperanza, el cartero, la noche más estrellada, el deseo, el dolor, el olvido… y un día cualquiera, no por más anunciada menos importuna, se cumple la promesa que nos arrebata el mañana y pone punto final a una frase inconclusa.


Hace un par de años le diagnosticaron un cáncer. Cinco años, a lo sumo, le quedaban para compartir su verdad con el mundo.


La pesadilla que es imaginarse uno su cuadragésimo cumpleaños, hito simbólico de la “cuesta abajo” y del deslizar implacable hacia la vejez, se convirtió para ella en sueño, deseo y meta.


Cinco años… ¿Qué hacer de una vida que tiene todo su tiempo contado con los dedos de una sola mano? ¿Pasar más tiempo en casa o dar la vuelta al mundo? ¿Volar o echar raíces en el terruño hasta cavar su propia tumba? ¿Escribir resoluciones o despedidas? ¿Leer más? ¿Leer menos? ¿Hacer las cosas con prisa o más despacio? ¿Quejarse menos? ¿Sonreír más? ¿Querer menos y amar más?


Sharon optó por quedarse cerca de los suyos y regalarles el tiempo que le restaba. Siguió cumpliendo con sus compromisos habituales, no se lamentaba de su suerte y, dos semanas antes de exhalar su último aliento, aún respondía al teléfono de su oficina.


Su partida fue fulminante. La noticia nos llegó un lunes de mala mañana, dejándonos a todos sin palabra. Algunos ni siquiera sabían que había estado gravemente enferma y los que compartían su secreto tampoco podían dar crédito, pues ella les había hecho descartar la posibilidad de un fatal desenlace.


Confiaba en que el progreso de la medicina avanzaría a mayor velocidad que su necrosis. Seis meses antes, había dicho que lo peor ya había quedado atrás. A todos consiguió convencer de que su optimismo y su perenne sonrisa sabrían ganarle el pulso a la muerte.


Ayer supe que este verano se había casado con su novio de toda la vida. Todo pasa y todo llega. Por fin me alegré por ella.


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