El pasado viernes, cuando empezaron a tronarnos las tripas y nos dimos cuenta de que la despensa estaba casi tan vacía como nuestros estómagos, optamos por saltarnos el precepto y embucharnos una ensaladita con jamón ibérico.
Esta última fue encarcelada en Kilmainham a la edad de 23 años y torturada para obtener información sobre los insurrectos de 1798. No habló cuando se la amenazó de muerte. No habló cuando la medio ahorcaron. No habló cuando se la encerró durante tres años en un calabozo sin ventana, no más grande que la superficie de una cabina telefónica. No habló cuando se la amenazó con dejar morir a su hermana pequeña, también encarcelada, por falta de tratamiento contra la varicela. No habló cuando ésta se le murió en los brazos. Tampoco quiso hablar cuando se le ofreció una recompensa de 500 libras por sus delaciones (el equivalente del salario de 40 años de trabajo en aquella época).
Anne fue liberada en 1806, aunque durante el resto de su existencia estaría sometida a continua vigilancia policial, condenándola a una vida de ostracismo, soledad y miseria.
Murió a la edad de 71 años, no por vejez sino por inanición. Su nombre ha sido prácticamente olvidado por la historia, sin más huella que la que quedó inscrita en su lápida. La tumba a la que se llevó sus secretos y su silencio puede visitarse en el cementerio de Glasnevin.
Nota: para más información sobre Kilmainham Gaol, no os perdáis el post de este otro blog – “Un viaje por Irlanda”
Después
de bien comidos y mal concienciados, decidimos ir a redimir nuestras culpas a la cárcel. No me refiero a la de reos y convictos, sino a la
que hoy sirve de museo de historia colonial y mártires políticos de
Irlanda, conocida como “Kilmainham Gaol”.
Siempre que viene a visitarme algún amigo a Irlanda (algo que, en los casi diez años que llevo aquí, ha debido de producirse unas seis veces a lo sumo), he incluido la cárcel como una de las mejores atracciones del programa de visitas. Tanto es así que Junior llevaba ya un tiempo molesto y quejándose de que a él no le había llevado nunca a la cárcel y de que “a todos los demás sí”. Así que no he querido irme de Irlanda sin subsanar este descuido, ¡porque mi Juni se merece ir a la cárcel como el que más!
Y es que la visita a Kilmainham Gaol me parece poco menos que obligada para todo aquél que, visitando Dublín por primera vez, se interese por la historia de esta república. Incluso os recomendaría que fuese una de las primeras visitas que realicéis en la capital de Irlanda, pues os servirá de marco idóneo para familiarizaros con las idiosincrasias del país. Así, cuando paseéis por O´Connell, Parnell, Pearse, Connolly o Heuston, esos nombres os evocarán algo más que una calle, avenida o estación.
El tour guiado, que dura aproximadamente una hora y que sólo puede escucharse en inglés, comienza con una breve presentación audiovisual en la que se recorre la historia de la cárcel desde su fundación, en 1789, hasta la actualidad, pasando por los grandes hitos que marcaron la historia de esta nación: la rebelión de 1798, la segunda gran hambruna (1845-49), la fallida insurrección de Semana Santa (1916), la guerra irlandesa de independencia (1919-21), el tratado de 1921 y su subsiguiente guerra civil (1922-23) y la proclamación de Irlanda como república independiente en 1949.
Las fotos están permitidas durante la visita de las celdas y mazmorras. El escenario de la foto aquí bajo puede que os resulte familiar por películas tales como “Michael Collins”, “En el nombre del padre” o “The Italian Job” (la primera versión, con Michael Caine, 1969).
Siempre que viene a visitarme algún amigo a Irlanda (algo que, en los casi diez años que llevo aquí, ha debido de producirse unas seis veces a lo sumo), he incluido la cárcel como una de las mejores atracciones del programa de visitas. Tanto es así que Junior llevaba ya un tiempo molesto y quejándose de que a él no le había llevado nunca a la cárcel y de que “a todos los demás sí”. Así que no he querido irme de Irlanda sin subsanar este descuido, ¡porque mi Juni se merece ir a la cárcel como el que más!
Y es que la visita a Kilmainham Gaol me parece poco menos que obligada para todo aquél que, visitando Dublín por primera vez, se interese por la historia de esta república. Incluso os recomendaría que fuese una de las primeras visitas que realicéis en la capital de Irlanda, pues os servirá de marco idóneo para familiarizaros con las idiosincrasias del país. Así, cuando paseéis por O´Connell, Parnell, Pearse, Connolly o Heuston, esos nombres os evocarán algo más que una calle, avenida o estación.
El tour guiado, que dura aproximadamente una hora y que sólo puede escucharse en inglés, comienza con una breve presentación audiovisual en la que se recorre la historia de la cárcel desde su fundación, en 1789, hasta la actualidad, pasando por los grandes hitos que marcaron la historia de esta nación: la rebelión de 1798, la segunda gran hambruna (1845-49), la fallida insurrección de Semana Santa (1916), la guerra irlandesa de independencia (1919-21), el tratado de 1921 y su subsiguiente guerra civil (1922-23) y la proclamación de Irlanda como república independiente en 1949.
Las fotos están permitidas durante la visita de las celdas y mazmorras. El escenario de la foto aquí bajo puede que os resulte familiar por películas tales como “Michael Collins”, “En el nombre del padre” o “The Italian Job” (la primera versión, con Michael Caine, 1969).
Junior en la cárcel
El
guía nos aportó abundante información sobre la vida de muchos de los
presos políticos que estuvieron reclusos y, en muchos casos, ejecutados
en esta cárcel. Entre estos héroes se encuentran también mujeres, cuyos
nombres no han sido adjudicados a ninguna calle ni edificio, pero sin
cuya bravura este país no sería el que es hoy, como Grace Gilford, la
contesa Markovitch o Anne Devlin.
Esta última fue encarcelada en Kilmainham a la edad de 23 años y torturada para obtener información sobre los insurrectos de 1798. No habló cuando se la amenazó de muerte. No habló cuando la medio ahorcaron. No habló cuando se la encerró durante tres años en un calabozo sin ventana, no más grande que la superficie de una cabina telefónica. No habló cuando se la amenazó con dejar morir a su hermana pequeña, también encarcelada, por falta de tratamiento contra la varicela. No habló cuando ésta se le murió en los brazos. Tampoco quiso hablar cuando se le ofreció una recompensa de 500 libras por sus delaciones (el equivalente del salario de 40 años de trabajo en aquella época).
Anne fue liberada en 1806, aunque durante el resto de su existencia estaría sometida a continua vigilancia policial, condenándola a una vida de ostracismo, soledad y miseria.
Murió a la edad de 71 años, no por vejez sino por inanición. Su nombre ha sido prácticamente olvidado por la historia, sin más huella que la que quedó inscrita en su lápida. La tumba a la que se llevó sus secretos y su silencio puede visitarse en el cementerio de Glasnevin.
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